El Gourmet Urbano: Fernando Escorcia (@FerEscorcia): El mercado de conejeros de Porlamar: El mapa de sabores del país que seguimos siendo

viernes, 20 de mayo de 2011

Fernando Escorcia (@FerEscorcia): El mercado de conejeros de Porlamar: El mapa de sabores del país que seguimos siendo

 

Al comienzo del día temprano sale la Negra Atilia,
Con su canasto tejido donde lleva lo de vender.
No son las cinco aún.
No había un cielo azul que anuncie la mañana.
Rumbo al mercado de Porlamar,
La Negrita va.
La Negra Atilia (Henry Martínez y Pablo Camacaro)

 

La ancestral tradición de los mercados municipales donde el pulular de personas abarrota sus estrechos pasillos entre mercaderías y alimentos, siempre fue una parte de la historia que propios y extraños recordamos en nuestros pueblos y ciudades. En algunos casos las calles fueron abordadas por el comercio y dejaron de ser vías de conexión de los pueblos y caseríos. En las ciudades más grandes abarcaron las plazas y se convirtieron en auténticos espacios para el intercambio comercial, económico, social y cultural.
 
Porlamar tuvo uno de esos centros de comercio en la Calle La Marina hasta bien entrada la década de los ochenta. De allí que esa referencia de la Negra Atilia, sempiterna y embraguetada vendedora de aquel incipiente Puerto Libre se guarda en nuestras memorias y se atesora como la tenaz figura de la mujer margariteña y luchadora que construye y progresa con su esfuerzo, vendiendo los demandados y perseguidos productos, emblemas de la zona franca insular: el mentolado español, las franelas chinas de algodón, el mentol, el Jean Nate, el blúmer de nylon y los naipes. De esos mismos tarantines y chinguiritos se levantaban las columnas de humo de calderos y fritangas donde emergía como una señal de sobrevivencia los condumios propios de nuestra isla: empanadas de cazón, pescado frito, hervido de picúa y la legendaria fosforera.
 
DSC01513
 
Y luego de llegar el turismo, reincidir y amenazar con ser consecuente y permanente, no quedó otra opción que darle un mejor espacio a ese evento humano y socio-cultural neoespartano que es el jolgorio de la calle del mercado y elevarlo a Mercado Municipal. No tardó este espacio en sugerir expandirlo y darle la importancia que se merecía y fue cuando comenzó a levantar vuelo ese pájaro metálico y gigantesco que amenazó hasta la misma margariteñidad con su impronta de monumentalidad, modernidad y progreso.
Ese fue el momento en el que el pájaro inmenso desplegó sus alas en Margarita. El ave que da sombra cuando vuela y también cuando descansa. En el Mercado de Conejeros posó su vuelo. Aleteando los aires propios de la margariteñidad. Siendo fieles a lo que sentimos podemos decir que este pájaro descansa y reposa, pero sigue aleteando, intentando dar paso a la infinita posibilidad de nuestros caminos. Desde que comenzó a desarrollarse esta adaptación no fueron pocas las reticencias suscitadas. Siempre los pueblos han sido impermeables a los cambios y los avances. Y a pesar de la insistencia pétrea, Porlamar busca su espacio natural en el Caribe.
 
El Mercado de Conejeros ha sido por antonomasia espacio ilustrativo del intercambio económico, social y cultural. Es también un espacio vital de transacciones humanas, el museo vivo de las actividades y expresiones coloquiales y populares de nuestras comunidades, dejando muchas veces en ellas constancia fidedigna de las tradiciones, idiosincrasia y características colectivas a través de la expresión oral y gestual. Desde hace mucho tiempo se dice popularmente que para conocer un pueblo debes acercarte a sus mercados, sus calles, sus plazas. Es allí donde reposa el acervo cultural más básico e innato. Ineludible e insospechado, variaciones de lenguaje y su cultura culinaria, un muestrario de gustos y un mapa de sabores del país que padecemos, que es donde se expresa formalmente lo que de suyo tiene su identidad. Aquí permanecen los vendedores de frutas, verduras y demás productos perecederos no precisamente exclusivos del territorio neoespartano, al lado de los expendedores de pescados y mariscos que con poca experticia en sus cuidados e higiene nos ofrecen sus piezas cuya frescura es casi una tautología; aquí también persiste el histórico vendedor “turco” que maneja muy bien los saldos de sábanas, edredones y toallas, de la misma forma en la que cientos de mujeres y hombres pelean por mantener a su manera la seña exacta de nuestra culinaria insular. Entonces, que mejor manera de acercarse a la margariteñidad sino en una empanada de cazón de la Catira Marina, una matriarca insular que desde hace más de 30 anos levanta su hogar con el fruto de sus empanadas limpias, exactas y sabrosas; o con una arepa de mariscos donde el Negresco; o una catalana fresca en la mesa de Rómulo y Juana Castillo quienes pusieron su nombre y su sazón a las mesas del mercado desde antes de existir como estructura, o por ejemplo disfrutar la escogencia de un pescado fresco en el medio de una curiosa discusión entre las propias vendedoras del mercado. Dedicamos tiempo para olvidarnos de las bebidas alienantes y disfrutamos del fresco, popular y natural batido de frutas escogidas al momento y con las combinaciones posibles e inimaginables de todo el Caribe.
 
Pero es también acercarse a lo maltrecho de nuestra cultura y sus incoherencias. Una ciudad que busca desatarse las amarras del pasado y renovarse, mientras en la trastienda, en los espacios para la búsqueda y procura del alimento se establece la insania, la porquería y la insalubridad. Poco falta para que en el patio trasero del mercado se arraigue esa parte humana del desecho y la locura. Reina la desorganización e impera el desorden. Allí vuelve a conquistarnos el desamparo y el desaliento. Un país que no puede ser posible se enquista y se niega a salir. Incluso, hace metástasis.
 
Esta comunidad no está ajena a lo que ocurre en el país y en el mundo. De hecho, las luchas intestinas politiqueras de los últimos tiempos han no solo pintarrajeado de rojo sus espacios sino que también han dado un matiz bicolor a todo lo que se decide y ocurre en sus instalaciones. De la misma manera que se puede conseguir disfraces y brujas un 31 de octubre en una desternillante e incoherente celebración de halloween entre los visitantes, comerciantes y empleados de este curioso mercado.
 
Pero esa deuda con el progreso también es tarea pendiente de nuestros gobernantes, indudablemente. Porque la hipoteca social del estado con nuestros pueblos es infinita, es un crédito que por años tiene pendiente el Estado con sus expresiones más típicas. La modernidad como concepto sociológico y político sigue avanzando. Las expresiones culturales también sobreviven a una deuda grande que tiene el país con ellas. La arquitectura como expresión formal y funcional de una ciudad no puede estar alejada de ello. Incluso padeciendo al Estado como constructor de las barbaridades más grandes de nuestro país, no es menos importante que haya sido en esta ocasión el propio Estado quien goce de tener la iniciativa de regalarle a la ciudad, a su pueblo y a los turistas que gustan de visitar el Mercado de Conejeros esta remodelación profunda, adaptándolo a los nuevos tiempos y exigencias. Y aquí viene la otra parte de la ecuación: los inquilinos atornillados, enfermizos y anquilosados que se han negado; cierto es que son solo parte de ellos pero con suficiente fuerza como para opacar y detener los avances y puntos que faltan para resolver el ejercicio de modernidad que nos exige el momento.
 
En el Mercado de Conejeros en Porlamar vive y palpita una pequeña muestra del país que somos, del país que queremos dejar atrás y del país que seguiremos siendo. Permanece y se enquista también una lectura de los lenguajes del crecimiento y las grandes escalas. En algunos casos nos ha sido difícil mirar hacia arriba, quizás por el pesado lastre que nos impidió ver la majestuosidad de esta estructura, la gran escala de un mercado municipal así como dejamos de ver lo importante del puerto de cruceros Puerto de La Mar. Cuando la ciudad avanza y nos cuesta llegar a una hermosa playa como la Pared o Playa Caribe, comenzamos a entender por qué estamos tan desconectados de la realidad. Nuestro ombligo es más grande que el Mercado de Conejeros.

 
Cuentan que Don Fucho Tovar gustaba de relatar el motivo por el cual en el Mercado de Conejeros los vendedores de cangrejo
solían tener dos ollas enormes con estos crustáceos.


Un recipiente con tapa, donde exhibían los cangrejos importados y otro sin tapa donde estaban los atrapados en nuestras costas.
Simple.


Por un lado, los cangrejos importados luchaban en conjunto y unidos en la procura de salir y escapar del recipiente, debían ser tapados para impedirlos de conseguir tal fin;
mientras los nacionales se jalaban unos a otros impidiendo entre ellos que ninguno fuera el primero en salir del foso.


“Así somos los venezolanos”, cerraba la jocosa anécdota el célebre empresario margariteño.

 
Fernando Escorcia
fernandoescorcia.blogspot.com




No hay comentarios. :