El diez de copas es una carta maravillosa. Fijémonos en la carta del tarot de Rider-Waite. El arcoíris lo dice todo! La casa está bendecida; la gente se siente segura y feliz. Se ven niños jugando alegremente, un hombre y una mujer se abrazan amorosamente. Hay un hogar, una casa donde se comparte y las relaciones son positivas.
Este diez de copa me llevó a pensar en nuestro mundo contemporáneo y como se ha perdido el valor de comer en familia. Todos andamos apurados, no tenemos tiempo para compartir, comemos parados si es que comemos, o nos sentamos a la mesa cada cual con su móvil, ipad, o cualquier juguetito de esos. Ni se diga de los que tienen como oficio ser cocineros, todo el día cocinando para otros y poco tiempo para cocinar o al menos comer con sus seres queridos (testigos de ello son mis hijos).
En mi juventud era casi un ritual que todos los hermanos nos sentáramos con nuestros padres a almorzar- en el desayuno y la cena cada quien se resolvía-era el momento para compartir, contarnos cosas, hacernos bulling, pegar chicklets debajo de la mesa. De esas épocas viene mi gusto por la cocina. Una vez terminado el bachillerato y debido a un paro universitario que atrasó el ingreso a la universidad, me tocó cocinar todos los días para el grupo familiar: abuela, padres y 4 hermanos en plena edad de crecimiento y hambrientos.
Mi padre quería almorzar a las 12 en punto pues quería tomar siesta y volver al trabajo, eso me estresaba muchísimo las primeras semanas de aprendiz de cocinera que no sabía ni freír un huevo. Acudí a mis abuelas, llamaba a las vecinas por teléfono y les pedía indicaciones sobre cómo cocinar una lengua que mi madre había dejado descongelando o sobre como guisar un pollo, me empezaron a llegar los primeros libros de cocina y poco a poco comencé a sentirme cómoda en ese mundillo de los fogones .Todos la pasábamos muy bien con los inventos culinarios. Cada día había la expectativa de “que habrá preparado Valentina”, obviamente más de una vez la comida no fue de total agrado.
Comer en familia es de vital importancia: mejora las relaciones y la salud emocional. Fortalece los vínculos entre padres e hijos y ayuda a resolver problemas pues se desarrolla la capacidad de comunicación. Reunirse diariamente a compartir en familia al menos una de las tres comidas hace que los niños y jóvenes dada la mayor convivencia que esto genera tengan mejores relaciones sociales, además de aumentar sus capacidades cognitivas. Muchas de las primeras palabras y primeras historias que aprenden los niños son escuchadas por primera vez en la mesa familiar.
La comida familiar es también el momento para fomentar la armonía y los buenos modales y para enseñar buenos hábitos alimenticios.
Pienso que uno de los mensajes que deben llevar los cocineros al mundo es el de invitar a las familias a que no se olviden del gran valor que tiene reunirse en torno a una mesa y el de enseñar a los padres a preparar platos nutritivos, divertidos, sabroso y vistosos. Comer con unos hijos felices de estar con uno, es algo que no tiene precio.
Valentina Inglessis
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